sábado, 6 de septiembre de 2014

Desempolvando ideas.

A la musa invisible, intangible
a la siempre misteriosa
que me acecha de la nada
y que nada me revela

Al desvelo de mis noches
la consumación de mis días
que nunca está presente
que no termina de irse

A mi adorada nada
a mi meta no trazada
a mis versos dedicados al vacío
de mi voz acompañada por el viento

Eres todo sin ser nadie
acorde, ritmo y letra
luz, guión y acción
de esta vida en movimiento.

sábado, 10 de mayo de 2014

¡1, 2, 3!

La función
Se abre el escenario y comienzas tu acto, el mismo de siempre. Danzas de aquí para allá siguiendo la coreografía, la única que conoces. Nunca tuviste que memorizarla ni ensayarla; desde el primer momento la sabías, moviéndote grácilmente ante esos ojos fascinados.
En poco tiempo reconociste su rostro, escuchaste su nombre y lo grabaste en tu memoria, Leonor. Te enamoraste de ella, es fácil darse cuenta de eso; te enamoraste aun cuando la veías solamente en tus funciones, no sabías nada de ella; y ella solamente te conocía como la bailarina. A la fecha, sigue siendo así.
Es fácil darse cuenta que la amas, la amaste desde el primer momento: te moviste con más entusiasmo cuando supiste sus ojos en ti, rezaste para que quien fuera que manejara la música subiera el volumen. Querías que todo saliera a la perfección. Aún lo haces, y lo seguirás haciendo, hasta que ella te ame también, o hasta que decida que ya no eres un buen entretenimiento. No lo eres. Ya no. Aburrida.
Lo sabes y te duele, pero pretendes que no. Nadie te creería, de cualquier manera. Alguien como tú no puede querer, sentir. Se asustarían si lo supieran. No comprenden. Si lo supieran, si lo supiera ella, no la verías nunca más. Ni a ella ni a nadie. Te quedas callada.
Artificial. Eso eres. Entretenimiento simple, vano. En algún momento fuiste novedad. Ya no. También lo sabes. Tiemblas cada vez que se cierra el telón, el terror te invade pensando que nunca más se volverá a abrir, que no volverás a ver su rostro, la luz del sol. Nada. Hoy no, pero pronto. Te asusta.
Hoy sigues bailando. Mañana vas a estar encerrada. Verte es aburrido. ¿Quién te necesita cuando hay tantas otras maneras de entretener? Ella también lo piensa, por eso no comparte tu acto con nadie más, ya no. Todos se aburrieron. Pero ella te sigue viendo, por el simple placer de recordar. No te ve a ti: empolvada y descuidada. Ve el recuerdo grabado en su mente. Cuando eras novedad, brillante. Cuando cada giro en tu baile era inesperado.
Te puso Clara al no saber tu nombre verdadero. Te gusta. Suena bien en su voz. Adoptaste el nombre, eres Clara. Siempre lo has sido. Clara la bailarina.
Tu acto acaba. Tu tiempo se acaba. Pronto. Vista cansada, cuerpo débil. Sus fuerzas se van, y las tuyas se derrumban. Pronto. Ya.

***

Clara
Salgo a escena. Ella está ahí, lo sé. Siempre está. Viene a verme cada vez que actúo.
A veces creo que la aburro. Antes traía más gente a verme, ya no. El teatro siempre está lleno, pero siempre hay lugar para ella. Hay un joven que llega con rosas. Es un lindo detalle, pero yo sólo puedo verla a ella. Leonor. La quiero. No la conozco, pero no importa.
Hoy parece más entusiasmada de verme que en otras ocasiones. Empieza la función y yo comienzo con la coreografía, nerviosa y entusiasmada al darme cuenta de que sus ojos brillan cuando doy la primera pirueta. Le gusto de nuevo, como la primera vez que me vio bailar.
Entonces veo una lágrima rodar por su mejilla y comprendo. Es la última vez que me verá, y éste es mi último acto. Me sonríe. No se ve triste, eso me tranquiliza. Se despide de mí con un gesto de la mano. Quiero responderlo, pero debo seguir bailando. Si es la última vez que me ve, tiene que ser perfecto. Tiene que irse con una sonrisa. Tengo que dar una espectacular última función.
Giro, giro y giro. No me canso ni me mareo, nunca lo hago. Recorro el escenario en los elaborados remolinos en que debo hacerlo. Quiero que dure para siempre. Que la canción continúe y yo no tenga que detenerme, que ella siga observándome, siempre.
No es posible, claro. La música se va apagando y yo debo detenerme. Me mira por última vez y vuelve a sonreír. Se cierra el telón, y yo sé que se fue. Se acabó.

***

Leonor
Cumplía quince años cuando le regalaron la caja de música. Ella estaba fascinada. Nunca antes había escuchado El Danubio azul, pero en ese momento decidió que era su canción favorita.
No es que las cajas de música no fueran comunes. De hecho eran muy populares. Pero ésta era mejor que las demás. Con su mecanismo de reloj, la llavecita plateada que le daba cuerda, y que Leonor siempre traía colgando del cuello, y con su hermosa bailarina. Decidió nombrarla y le puso Clara, como su mejor amiga de la infancia.
Era una máquina preciosa. Leonor aprendió a darle mantenimiento ella misma, papá le había enseñado. La aceitaba cada mes y reemplazaba algún resorte y engrane de vez en cuando. Sacaba brillo a la hermosa figurilla de porcelana y en alguna ocasión incluso retocó la pintura de las figuras dibujadas frente a ésta, el público del teatro. Le pareció divertido añadir puntitos rojos y líneas verdes a alguien de la primera fila. ¡Flores para Clara!
Leonor la presumía a cuantos podía. Amigas y compañeras de la escuela. Primos que iban a casa a celebrar Navidad. Su primer novio del colegio. El segundo y el tercero. Se casó con el cuarto, y el teatro de madera y metal se mudó con ella, a una nueva casa y una nueva habitación, matrimonial.
Desayuno para dos, conversaciones —mantenimiento, paseos, viajes, discusiones —cambio de aceite, reconciliaciones.  Un bebé, y luego otro. El teatro se volvió a mudar, del cuarto principal al cuarto del bebé, dos veces. Luego a la sala. Desayuno para 4, recorrido a la escuela, regresar a dormir. Hacer la comida, recorrido de vuelta de la escuela, tarea —pulir a Clara, cena, vacaciones familiares —mándala a arreglar con un relojero aunque sea, no tengo tiempo de buscar los resortes.
Los hijos, con el tiempo, dieron paso a los nietos. Leonor también les enseñó la caja musical a ellos. La vieron una vez, sonriendo con curiosidad, y luego volvieron a ver televisión. Leonor suspiró y la volvió a poner en su repisa de la sala.
Desayuno, un día para dos y luego para siete —hijo, ayúdame a aceitar mi caja antes de que se vayan, ¿sí? Para dos otra vez, y al final para uno. Funeral. Té para los nervios. Otra mudanza, a un lugar más pequeño. La casa era muy grande y tenía muchos recuerdos para ella sola.
Leonor también enfermó, con el tiempo. Terminal, le dijeron. Eso no la asustó, estaba bien. Hospital. Mi niña, dile a tu papá que pase por mi caja de música antes de que vengan a verme, por favor. La visitaron y le dijeron cuánto la querían. Ella estaba contenta.
Noche. A dar cuerda por última vez. El Danubio azul seguía siendo su canción favorita. Adiós, Clara. Perdón que te haya descuidado últimamente, mi muñequita.
El funeral va a ser pasado mañana. Se pondrán de acuerdo para repartirse las pertenencias de mamá. El menor se quedará con la caja de música, pero no volverá a darle cuerda.

sábado, 23 de febrero de 2013

Ella es un Robot, II



Ella es un Robot, II
 
Porque el blanco también te consume
No sentir nada, también te desgasta
Porque ser como un robot, a la larga
deja el interior, frío lo entume

Ya no es latido, es engranaje
La sensación es código binario
La sonrisa es un gesto primario
y no es piel, es metal impenetrable.

Porque ya con nada me conmuevo
Alejo todo de forma inmediata
Y quiero que algo me afecte de nuevo

Fuera de esta envoltura de lata
Reír, llorar, no estar ni un minuto más
Más atrapada que resguardada.

xo, jinx.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Sin pies, ni cabeza.

Escribir por escribir. Dejar que tus dedos recorran el teclado de memoria y sólo dejar fluir las palabras. Sin preocuparte por corregir estilo o ver si el texto tiene sentido.

Dejar pasar los minutos, mientras sigues escribiendo. Ver la pantalla y no leer realmente las letras, las palabras que se van formando.

Esperar un par de días para volver a leer lo que escribiste y maravillarte por lo que eres capaz de hacer en ese "trance", o reírte de las tonterías que puedes teclear.

Escribir sin preocuparte por el número de palabras, por la extensión que abarques, por la temática que desarrolles. Aporrear el teclado como si tuvieras cinco, seis, siete manos y no sólo dos.

Escribir, por el puro placer de hacerlo.

xo, Jinx

viernes, 9 de septiembre de 2011

Carrusel

Mi vida últimamente ha sido monótona. Una monotonía absoluta, una tranquilidad y costumbre extremas, que rayan en lo desquiciante. Hace mucho tiempo que no hay nada nuevo.

Los mismos rostros, las mismas palabras expresadas de diferente manera. El mismo par de tennis y el mismo par de anteojos, rayados por el uso. El mismo camino de regreso a casa, e incluso las mismas canciones que me acompañan a lo largo del día, de las mismas 24 horas de siempre.

Como en un carrusel.

Un carrusel en el que llevas montado varios minutos, y comienzas a marearte. Sabes en qué momento es que el caballo circense de metal oxidado va a bajar, en qué momento va a subir. Sabes en qué tramo del circuito es donde está esa persona curiosa, observando los detalles de la atracción de feria con cierta fascinación. En dónde está ese padre primerizo que saluda a su pequeña de cabellos rizados (que por cierto está sentada detrás de tí), cada vez que el juego da una vuelta. Es imposible que el juego salga de su eje. Seguirá dando vueltas y vueltas hasta que el encargado decida que es suficiente y detenga los engranes.

En poco tiempo conoces el mecanismo de memoria y te aburres, pensando si es buena idea levantarte del caballo oxidado y buscar otro carro en qué montarte, quizá un elefante, o ese columpio que se balancea perezosamente. Esperas que algo cambie. Lo necesitas.

¿Significa que me quejo de la vida que llevo? No. O quizá sí pero prefiero negarlo, por miedo a parecer ingrata.

Lo único que quiero es un poco más de emoción. Una pequeña sorpresa por aquí, una noticia por allá. Algo que verdaderamente despierte mi interés y me mantenga alerta. Una emoción nueva, por pequeña que sea.

Que el carrusel se salga de su eje,
sólo por un momento.
Jinx.