La función
Se abre el escenario y comienzas tu acto, el mismo de siempre. Danzas de aquí para allá siguiendo la coreografía, la única que conoces. Nunca tuviste que memorizarla ni ensayarla; desde el primer momento la sabías, moviéndote grácilmente ante esos ojos fascinados.
En poco tiempo reconociste su rostro, escuchaste su nombre y lo grabaste en tu memoria, Leonor. Te enamoraste de ella, es fácil darse cuenta de eso; te enamoraste aun cuando la veías solamente en tus funciones, no sabías nada de ella; y ella solamente te conocía como la bailarina. A la fecha, sigue siendo así.
Es fácil darse cuenta que la amas, la amaste desde el primer momento: te moviste con más entusiasmo cuando supiste sus ojos en ti, rezaste para que quien fuera que manejara la música subiera el volumen. Querías que todo saliera a la perfección. Aún lo haces, y lo seguirás haciendo, hasta que ella te ame también, o hasta que decida que ya no eres un buen entretenimiento. No lo eres. Ya no. Aburrida.
Lo sabes y te duele, pero pretendes que no. Nadie te creería, de cualquier manera. Alguien como tú no puede querer, sentir. Se asustarían si lo supieran. No comprenden. Si lo supieran, si lo supiera ella, no la verías nunca más. Ni a ella ni a nadie. Te quedas callada.
Artificial. Eso eres. Entretenimiento simple, vano. En algún momento fuiste novedad. Ya no. También lo sabes. Tiemblas cada vez que se cierra el telón, el terror te invade pensando que nunca más se volverá a abrir, que no volverás a ver su rostro, la luz del sol. Nada. Hoy no, pero pronto. Te asusta.
Hoy sigues bailando. Mañana vas a estar encerrada. Verte es aburrido. ¿Quién te necesita cuando hay tantas otras maneras de entretener? Ella también lo piensa, por eso no comparte tu acto con nadie más, ya no. Todos se aburrieron. Pero ella te sigue viendo, por el simple placer de recordar. No te ve a ti: empolvada y descuidada. Ve el recuerdo grabado en su mente. Cuando eras novedad, brillante. Cuando cada giro en tu baile era inesperado.
Te puso Clara al no saber tu nombre verdadero. Te gusta. Suena bien en su voz. Adoptaste el nombre, eres Clara. Siempre lo has sido. Clara la bailarina.
Tu acto acaba. Tu tiempo se acaba. Pronto. Vista cansada, cuerpo débil. Sus fuerzas se van, y las tuyas se derrumban. Pronto. Ya.
***
Clara
Salgo a escena. Ella está ahí, lo sé. Siempre está. Viene a verme cada vez que actúo.
A veces creo que la aburro. Antes traía más gente a verme, ya no. El teatro siempre está lleno, pero siempre hay lugar para ella. Hay un joven que llega con rosas. Es un lindo detalle, pero yo sólo puedo verla a ella. Leonor. La quiero. No la conozco, pero no importa.
Hoy parece más entusiasmada de verme que en otras ocasiones. Empieza la función y yo comienzo con la coreografía, nerviosa y entusiasmada al darme cuenta de que sus ojos brillan cuando doy la primera pirueta. Le gusto de nuevo, como la primera vez que me vio bailar.
Entonces veo una lágrima rodar por su mejilla y comprendo. Es la última vez que me verá, y éste es mi último acto. Me sonríe. No se ve triste, eso me tranquiliza. Se despide de mí con un gesto de la mano. Quiero responderlo, pero debo seguir bailando. Si es la última vez que me ve, tiene que ser perfecto. Tiene que irse con una sonrisa. Tengo que dar una espectacular última función.
Giro, giro y giro. No me canso ni me mareo, nunca lo hago. Recorro el escenario en los elaborados remolinos en que debo hacerlo. Quiero que dure para siempre. Que la canción continúe y yo no tenga que detenerme, que ella siga observándome, siempre.
No es posible, claro. La música se va apagando y yo debo detenerme. Me mira por última vez y vuelve a sonreír. Se cierra el telón, y yo sé que se fue. Se acabó.
***
Leonor
Cumplía quince años cuando le regalaron la caja de música. Ella estaba fascinada. Nunca antes había escuchado El Danubio azul, pero en ese momento decidió que era su canción favorita.
No es que las cajas de música no fueran comunes. De hecho eran muy populares. Pero ésta era mejor que las demás. Con su mecanismo de reloj, la llavecita plateada que le daba cuerda, y que Leonor siempre traía colgando del cuello, y con su hermosa bailarina. Decidió nombrarla y le puso Clara, como su mejor amiga de la infancia.
Era una máquina preciosa. Leonor aprendió a darle mantenimiento ella misma, papá le había enseñado. La aceitaba cada mes y reemplazaba algún resorte y engrane de vez en cuando. Sacaba brillo a la hermosa figurilla de porcelana y en alguna ocasión incluso retocó la pintura de las figuras dibujadas frente a ésta, el público del teatro. Le pareció divertido añadir puntitos rojos y líneas verdes a alguien de la primera fila. ¡Flores para Clara!
Leonor la presumía a cuantos podía. Amigas y compañeras de la escuela. Primos que iban a casa a celebrar Navidad. Su primer novio del colegio. El segundo y el tercero. Se casó con el cuarto, y el teatro de madera y metal se mudó con ella, a una nueva casa y una nueva habitación, matrimonial.
Desayuno para dos, conversaciones —mantenimiento, paseos, viajes, discusiones —cambio de aceite, reconciliaciones. Un bebé, y luego otro. El teatro se volvió a mudar, del cuarto principal al cuarto del bebé, dos veces. Luego a la sala. Desayuno para 4, recorrido a la escuela, regresar a dormir. Hacer la comida, recorrido de vuelta de la escuela, tarea —pulir a Clara, cena, vacaciones familiares —mándala a arreglar con un relojero aunque sea, no tengo tiempo de buscar los resortes.
Los hijos, con el tiempo, dieron paso a los nietos. Leonor también les enseñó la caja musical a ellos. La vieron una vez, sonriendo con curiosidad, y luego volvieron a ver televisión. Leonor suspiró y la volvió a poner en su repisa de la sala.
Desayuno, un día para dos y luego para siete —hijo, ayúdame a aceitar mi caja antes de que se vayan, ¿sí? Para dos otra vez, y al final para uno. Funeral. Té para los nervios. Otra mudanza, a un lugar más pequeño. La casa era muy grande y tenía muchos recuerdos para ella sola.
Leonor también enfermó, con el tiempo. Terminal, le dijeron. Eso no la asustó, estaba bien. Hospital. Mi niña, dile a tu papá que pase por mi caja de música antes de que vengan a verme, por favor. La visitaron y le dijeron cuánto la querían. Ella estaba contenta.
Noche. A dar cuerda por última vez. El Danubio azul seguía siendo su canción favorita. Adiós, Clara. Perdón que te haya descuidado últimamente, mi muñequita.
El funeral va a ser pasado mañana. Se pondrán de acuerdo para repartirse las pertenencias de mamá. El menor se quedará con la caja de música, pero no volverá a darle cuerda.